Jesús de Nazaret y el Reino

Yeshuah

En el apartado "El Origen" hablé de un Ser, de un Alma, que no era como el resto y que todavía seguía plenamente identificado, unido y "fundido" con Dios pese a tener consciencia propia. En los antiguos escritos hindúes denominaron a este Ser "el Verbo" o "la Palabra" y en ocasiones algunos autores budistas lo identificaron con Sidharta Gautama, el Buda.
Pero en realidad este Ser tuvo una única encarnación en la Tierra, al menos hasta ahora, en la persona de Jesús de Nazaret. Cuando "el Verbo" se hizo carne y habitó entre nosotros, como dice Juan en su evangelio en una clara referencia a las sagradas escrituras hindúes, el Ser que estaba identificado plenamente con Dios, "que era Dios", dejó de serlo, dejó su estado Divino y se hizo hombre naciendo en la persona de Jesús, por eso se dice que es Dios mismo o el Hijo de Dios.
Las palabras y las enseñanzas de Jesús que han llegado hasta nosotros no tienen mucho que ver con todo lo que realmente enseñó Él.

Cuando Jesús era muy joven viajó por Asia porque ansiaba conocer y aprender todo lo que pudiese acerca de Dios y en su viaje se convirtió en más que un gran Buda, como no podía ser de otro modo, y de hecho sus conocimientos sobrepasaron con mucho a cualquiera de los monjes que conoció. Aprendió a meditar y adquirió unos conocimientos y una sabiduría mucho más profunda que los de ningún otro buda, incluso que Sidharta, y no conocimientos basados en el budismo y en el hinduismo o en otras religiones (doctrinas que llegó a conocer profundamente) sino  que descubrió los conocimientos que ya estaban en Su interior y supo quién era Él. 

Cuando a los treinta años comenzó a enseñar en Israel la gente lo rechazó totalmente porque no entendía nada de sus enseñanzas y las consideraba una blasfemia.  
Jesús enseñó muchas cosas sobre el karma y la reencarnación, enseñó a meditar a sus discípulos y los condujo hacia un profundo autoconocimiento, llegando a alcanzar un estado de paz y de imperturbabilidad muy por encima de las cosas mundanas, un estado de desapego hacia los bienes materiales y de aceptación (que no es lo mismo que resignación) ante los avatares y las circunstancias de la vida, y sobre todo un estado de Amor hacia todas las cosas y seres que existen. En ciertos aspectos las enseñanzas de Jesús estaban próximas al budismo y al hinduismo pero en otras estaban muy alejadas. Por ejemplo sobre la  reencarnación decía que aunque todos vivimos varias vidas un ser humano siempre será un ser humano, y un animal, aunque se reencarne mil veces siempre lo hará en animal, contrariamente a las enseñanzas budistas e hinduistas. Pero en lo que más se alejaba era en la visión de Dios, pues Jesús nos enseñó que Dios tenía Consciencia plena y voluntad, al contrario que el budismo o el hinduismo, y que debíamos verlo como un Padre y una Madre (una de las palabras que usaba para llamar a Dios era femenina).
Con el paso del tiempo mucha gente aceptó sus enseñanzas por las curaciones y hechos prodigiosos que Jesús hacía, pero muy pocos llegaron a entenderlas de verdad y con el paso de los  años y tras su muerte sus palabras fueron modificadas y olvidadas. 

Pero por suerte no todas las palabras que nos han llegado a nosotros han sido cambiadas, una de sus enseñanzas principales hablaba del Reino de Dios. El Reino de Dios era un término judío que en principio hacía referencia a un reino terrenal, ya que los judíos esperaban que Dios estableciese un reino en Israel en el que el Mesías fuese coronado Rey. Lo que Jesús decía es que el verdadero Reino de Dios está en nuestro interior, en nuestra alma, porque Dios vive en cada uno de nosotros, y en cada ser del universo habita una chispa Divina, llena de amor, de compasión, de perdón, de humildad, de caridad, de paz... Si encontramos esa chispa Divina que todos tenemos habremos encontrado el Reino de Dios.
El Reino de Dios es un estado espiritual, algo similar a la Iluminación buscada por los budistas, y al que se llega a través del Amor, del amor a uno mismo y amor al prójimo, en realidad no hace falta más, pues el Reino de Dios está latente en cada uno de nosotros y basta el amor para despertarlo.
Imagina que diferente sería el mundo si todos conectásemos con esa parte divina, se acabarían los problemas, las guerras, el egoismo... sería un mundo marvilloso donde todos nos preocuparíamos por todos, nos ayudaríamos, habría paz, nadie pasaría necesidades... Y conseguir eso es fácil, pero tenemos que hacerlo todos, basta con escuchar en silencio y buscar en nuestro interior ese Amor Incondicional divino.
Si conseguimos liberarnos de nuestras limitaciones y llegar a esa chispa divina que está en nuestro interior, haremos que brille de tal modo que alcanzaremos un estado de perfección, de iluminación, nuestro estado Original antes de ser humanos. 

También nos enseñó que con Amor y perdón se pueden liberar todos los males y karmas de nuestra vida, no hacen falta grandes cosas, ni rituales, ni oraciones, ni mantras... Amar, no juzgar y perdonar. Incluso a los que consideramos rivales o enemigos, que también son nuestros iguales y nuestros hermanos, y que aunque a veces los juzguemos como malas personas en ellos también existe esa chispa Divina que está en todos los seres del universo.
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